A la primaria

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

El veinte de abril de mil novecientos sesenta y dos, la vida le regaló a mis papás un nuevo hijo y a mí mi primer hermano. Así que el gusto de ser hijo único solo duró mis primeros seis años, es decir, desde que nací hasta poco antes de terminar el Jardín de Niños lo cual ocurrió en noviembre de mil novecientos sesenta y dos, como comenté en el relato “Farmacéutico, chambelán y artista”. Como premio por participar, me quedé con el honor de haber sido el primogénito.

No recuerdo la imagen de mi mamá embarazada y tampoco del nacimiento de mi hermano que fue bautizado como Jesús Tiburcio. Jesús por mi papá y Tiburcio fue el nombre del abuelo de mi papá (mi bisabuelo), o sea, el papá de nuestra abuela Rebeca, en un próximo relato platicaré sobre mis raíces paternas. Sin embargo, se puede confirmar una vez más, por los relatos previos y futuros, que la abuela paterna tuvo gran influencia en nuestra familia.

Tengo vagos recuerdos de cuando regresábamos en la noche, después de cerrar la farmacia, a la casa de Matamoros, ya en su carriola. Sin duda, la diferencia de edades fue un factor para no tener una hermandad más estrecha durante nuestra niñez y juventud, lo cual se acentuó un poco más por el hecho de que yo me iría de Oaxaca a los diez y ocho años, es decir, cuando yo me fui a estudiar a la ciudad de México, él tenía doce años y estaba terminando la primaria. Solo convivimos cotidianamente sus primeros doce años y los próximos treinta y cinco la comunicación solo era durante los periodos de descanso que yo tenía. Aunque desde que salí de Oaxaca, me hice el propósito, o quizá era necesidad, de regresar en cualquier oportunidad, la realidad es que en unos cuantos días no se puede recuperar la ausencia de meses. Los medios de antes, muy diferentes a los actuales, como la carta y el teléfono ayudaban pero no lo suficiente.

Creo que solo quienes han tenido una experiencia similar, saben que se pagan varias cuotas cuando se está fuera de casa, y, sin duda, una de ellas es alejarse de la familia, en general, y principalmente del núcleo más cercano. Afortunadamente desde mi regreso a Oaxaca en el año dos mil nueve, progresivamente hemos ido estrechando más nuestros lazos de hermandad. Hoy en día, no tengo duda, que mi mejor estado anímico y de salud son resultado de su amor y apoyo. Qué lecciones le da a uno la vida continuamente. Siempre que por alguna razón repasaba mi “plan de vida”, siempre llegaba a la conclusión que cuando faltaran mis papás, yo ocuparía su lugar y sería el apoyo de mis hermanos. Hoy, la realidad es que sin el apoyo de mi hermano, no estaría bien y haciendo cosas que me gusta hacer.

Ya platicaré en otros relatos también cómo la ausencia juega un papel importante en la amistad, los amigos que se dejan y los amigos que se hacen fuera de casa.

A la primaria

Pero por ahora quiero platicar sobre mis años de primaria, la cual cursé en la Escuela Primaria Juan Jacobo Rousseau (actualmente se llama Beatriz Ávila García, quien era la directora en esa época y es quien se ve en la foto). Esa primaria era Anexa a la Normal Urbana Federalizada, lo cual implicaba, al menos en esa época, a que frecuentemente venían alumnos de la Normal a hacer algún tipo de práctica. Recuerdo bien los nombres y las imágenes de algunos de mis maestros. (Por cierto, ellos me enseñaron que el plural de un nombre se forma agregando una “s” al nombre masculino, cuando el nombre femenino solo es diferente por la “a” final. El plural de maestro es maestros porque el femenino de maestro es maestra. No como algunos ínclitos políticos han dado en decir: maestros y maestras.). A la fecha conservo mi Gramática de sexto año, una chulada, aunque claro no usa los nuevos términos.

Tuve la suerte de que mis maestros fueran: Laura (primero), Lupita (segundo), Marcos (tengo ligera duda sobre su nombre y grado), Natalio (cuarto) y Josefina (sexto). Casi estoy seguro que la maestra Beatriz fue mi maestra en quinto grado; lo que sí recuerdo es que al terminar la primaria, estuve yendo varios días a su casa, quizá semanas, para repasar con ella algunos temas, antes de entrar a la Secundaria. Considero que recibí una muy buena educación primaria. Recuerdo que en esa época varias de las tareas las hacía con pluma para tinta, la cual se secaba poniendo un papel absorbente sobre lo recién escrito. Esto aceleraba el secado, evitando que se “corriera” la tinta. Desde entonces durante muchos años he usado pluma fuente para escribir mis apuntes, trabajos y firmar documentos. La sigo usando, en casa, solo para escribir algunas cosas, solo conservo mi querida Mont Blanc que me ha acompañado por más de treinta años.

Estoy viendo mi certificado y digamos que fui un alumno de “media tabla”, ocho en “Aritmética y geometría”, ocho en “Conducta general” y promedio general de nueve. Así que mejor pasemos a otra cosa.

Durante estos años, recibí clases de piano. ¿Increíble, no? Aunque llegué a escribir música en el cuaderno pautado, usando las notas y claves adecuadas, y no lo hacía tan mal en la parte de solfeo, lamentablemente para mí nunca me atrajo el piano. Ya en la edad adulta, me comencé a acercar a la música de concierto y es algo que sigo disfrutando mucho, quizá la disfrutaría más si hubiera seguido con mi maestro Osorio.

Recuerdo a solo unos cuantos de mis amigos de primaria. Mario, con quien recuerdo que me llevaba muy bien; pareciera difícil pero era más chaparro que yo, en Oaxaca eso es posible sin problema. Guillermo, con quien además estudié la secundaria y la preparatoria, vivía muy cerca de la Farmacia, así que con cierta frecuencia iba a su casa. Curiosamente, nos volvimos a reencontrar, a la distancia, mientras él y yo, estábamos haciendo el doctorado. Guillermo obtuvo su doctorado en la Universidad de Wisconsin en EE. UU. Recuerdo a otro Guillermo, Raymundo, Gerardo, José Luis, y por supuesto a Roama por lo que comento a continuación.

Mi carrera artística fue menos intensa en la Primaria que en el Kínder; sin embargo, recuerdo que varios compañeros y yo tuvimos una excelente actuación en algún festival al declamar “El Brindis del Bohemio”. A lo mejor es un poco exagerado decir que tuvimos, porque mi compañera Roama (quien volvería a ser mí compañera en la Preparatoria) fue la que realmente se llevó el evento declamando la parte de Arturo:

Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer, ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Recuerdo gratamente algunas de las actividades manuales que nos ponían a hacer, cada maestro nos enseñaba diferentes cosas. En esa época tejí, sí, tejí con gancho una bolsa que le regalé a mi mamá en un día de las madres. También hice un escritorio de madera y tamaño regular totalmente funcional, dirigido por nuestro maestro Marcos. ¡La verdad quedó muy bien!

En las actividades deportivas o como elegantemente aparece en mi Certificado “La protección a la salud y el mejoramiento del vigor físico”, las cosas no funcionaron tan bien, aunque con sorpresa veo que me pusieron nueve. Siempre he sido un alfeñique así que en el futbol, el deporte más popular por mucho, nunca destaqué. Es más recuerdo que por el quinto o sexto año, había logrado pertenecer al equipo de la primaria pero para mí desencanto, mis compañeros me informaron que mi papá había ido a la escuela a decir que yo no podía participar en el equipo por algún problema de salud. Si tuve algún problema de salud, gracias a la vida lo superé; aunque durante varios que pensaba sobre ello, siempre llegaba a la conclusión de que mis papás para no exponerme habían decidido decir que no estaba apto.

Hago un pequeño paréntesis para recordar que varios años después (cuando ya iba en la Secundaria) participé en un equipo de futbol. Recuerdo que mi papá antes de que me fuera a algún partido, me vendaba los tobillos y las espinillas, cuando iba hacia el campo me sentía como un robot. Creo que no me puso equipo de futbol americano porque no lo pudo comprar o no lo conocía. En equipo se llamaba Padua, nunca me hizo sentido por qué ese nombre, aunque existen varias ciudades con ese nombre. Según San Google una de las principales está en Italia.

Regresando a los deportes de esa época, durante estos años mi papá me mandó a aprender a jugar beisbol con el Maestro Irigoyen. Muy probablemente para decepción de mi papá quien toda su vida fue un gran aficionado, jugador y promotor de este deporte, allí tampoco las cosas funcionaron muy bien. Para fortuna de mi papá, mis dos hermanos sí jugaron mucho tiempo beisbol, incluso en varios equipos jugaron juntos. Yo siempre he sido un aficionado del beisbol y por muchos años me supe todas las reglas y estrategias del rey de los deportes. Recuerdo que siempre que visitábamos la ciudad de México, invariablemente íbamos mi papá y mis hermanos a ver los juegos en el Parque de Beisbol del Seguro Social, después lo derrumbarían y actualmente allí está la plaza comercial “Parque Delta”.

Uno de tanto momentos embarazosos que hice pasar a mis papás ocurrió en ese estadio de beisbol. Los juegos eran a las siete de la noche, la hora mágica del beisbol decían porque siempre eran a la misma hora. Por otra parte el estadio estaba muy cerca del aeropuerto por lo cual pasaban, ya a baja altura, los aviones que iban a aterrizar. Una noche pasó un avión y yo le dije a mi papá: mira dos aviones (por las luces que llevan a cada costado). Mi papá me corrigió; no, es solo uno. Yo insistía: eran dos, yo los vi. Creo que no fue un momento muy cómodo para mi papá, pues eso nos delataba como que no estábamos acostumbrados a ver muchos aviones y eso quería decir: “provincianos en el estadio”.

De aquí hay otros recuerdos que quisiera compartir, así que más adelante contaré para que se usó el parque de beisbol después el sismo de mil novecientos ochenta y cinco y algo curioso que me ocurrió hace poco estando ya en Oaxaca en el estadio de beisbol “Eduardo Vasconcelos”.

Durante mi vida he sido claramente dependiente en algunas cosas y en otras, muy independiente. Algo que desde niño me ayudó mucho fue cómo ir a la escuela. Los primeros tres años, la primaria estuvo en el edificio que está en el Patio de la Danza (actualmente usado para las oficinas del Municipio de la ciudad de Oaxaca (de Juárez, para que no se me enojen mis paisanos) el cual quedaba a escasas tres cuadras de la casa de Matamoros. Así que lo más probable que ocurría era que mi papá, de camino a impartir su primera clase, me dejara en la escuela. Posteriormente, a partir del cuarto grado, la escuela cambió de ubicación y se fue hacia San Felipe (donde actualmente sigue). Allí me la pusieron más difícil porque mi papá ya no me podía llevar y mi mamá tenía que abrir la Farmacia. Cuando ese momento llegó, mi mamá me dijo que desde la Farmacia tenía que caminar cinco cuadras hacia la calle de Reforma en dirección hacia el zócalo y en la esquina de Morelos y Reforma, tenía que tomar un camión urbano en dirección a San Felipe. Esos primeros años de entrenamiento me ayudaron mucho para después poderme mover solo y adquirir un buen sentido de la orientación, que hasta la fecha conservo en buena medida.

Seguramente me seguirán viniendo a la mente otros recuerdos de esta época…

Época / año: 1962 – 1968
Nombres: Negro Santo, Gerardo, Lalo, Lalito, Farmacéutico, chuchín y chuchito

Dr. Puck
Diciembre 4, 2016

 

6 comentarios en “A la primaria

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