Farmacéutico, chambelán y artista

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Pues pronto pasaron tres años y la verdad no recuerdo con precisión muchas cosas de esa época. Mi prima Lupita (que estuvo muy cerca de mi mamá durante su embarazo, como ya mencioné en el relato «El Niño de la Farmacia«) muchas veces me platicó, tratando de que yo recordara, que en una fiesta de uno de mis primeros cumpleaños mis papás habían mandado a hacer un pastel enorme en forma de barco. Siempre llegaba a la misma pregunta: ¿si te acuerdas, Gerardo? Y yo tenía que volver a decir “no”. ¿Pero cómo no te acuerdas, Gerardo, si el pastel era tan bonito y tan grande? La verdad nunca lo recordé y no lo recuerdo. Quizá algo falló en el diseño de mi disco duro y faltaron algunos megabytes más de capacidad.

Lo que sí recuerdo es que en esa época vivíamos, mejor dicho, dormíamos en la casa de mi abuela Rebeca, en “la casa de Matamoros” como la llamábamos en la familia. Dormíamos allí y pasábamos todo el día en la Farmacia. No recuerdo algo particular de los recorridos que hacíamos mi mamá y yo. Nuestra ruta era salir de la casa de Matamoros llegar a la esquina, bajar sobre la calle de J. P. García, llegar a Av. Morelos y caminar otras nueve cuadras más hacia el Este. Había que salir temprano pues varios años la Farmacia se abría religiosamente a las siete de la mañana y se cerraba a las nueve de la noche. Es decir, mi mamá trabajaba jornadas de apenas catorce horas sólo en la Farmacia, incluyendo preparar comida. Además mi santa madre durante las mañana ayudaba a mi abuela Rebeca a dar de desayunar (a mi abuelo y a mi papá) y en la noche, después de haber cerrado la Farmacia, llegaba a darle de cenar a mi papá que usualmente salía de dar su última clase a las diez de la noche en una escuela nocturna. Años después y eso lo recuerdo mejor, el viaje ya lo hacíamos cuatro, pues mi hermano Jesús ya había llegado y viajaba en su carriola.

La casa de Matamoros fue nuestra morada por unos catorce años, hasta el año de mil novecientos setenta; año en que mi abuela Rebeca murió. Ya platicaré de ella con más detalle.

Jardín de niños

Aunque en ese momento no lo sabía, aquí comenzó mis carreras académica, artística y de galán las cuales han sido largas y qué mejor que iniciarla en el Jardín de Niños Leona Vicario. Antes de continuar y para los que rieron cuando leyeron lo de galán, debo decir que la fealdad o hermosura es algo relativo y solo es cuestión del marco de referencia que se utilice, y aún si la fealdad, en términos absolutos, existiera, muchos se sorprenderían que para más de una chica la fealdad es un afrodisiaco. Continuo.

El Jardín de Niños todavía existe y está ubicado a una cuadra de donde estuvo la Farmacia en dirección al Este, es decir hacía el Panteón General y unos treinta o cuarenta metros antes de lo que era el puente que permitía cruzar el río Jalatlaco (actualmente entubado, en donde se unen la Calzada de la República y el Periférico). En esa época tendría unas cuatro a cinco aulas y todos los eventos se hacían afuera, en el jardín en donde hay un monumento a Galeana. (Perdón la ignorancia pero desconozco los méritos de este venerable hombre.) El parque siempre fue, en la práctica, una extensión del Jardín de Niños. No recuerdo a mis maestras y solo recuerdo la presencia de su directora, la profesora María de Jesús Rivas M. de Castillo. Curiosamente muchos años después, su hijo y yo coincidimos en un diplomado en el Instituto Nacional de Administración Pública pero de eso platicaré más adelante.

Para empezar me bautizaron como el “Farmacéutico”, no muy original de parte de las maestras, pero ese nombre llevé por tres años. Frecuentemente mis papás platicaban con amigos y conocidos que iban a la Farmacia la anécdota del refresco completo. Por lo que contaban, era común que a la hora del recreo las maestras abrieran una botella de refresco, lo sirvieran en pequeños vasos lo cual resultaba más barato. Sin embargo, en una ocasión se me ocurrió que yo tenía que tomar un refresco completo, así que con mucha seguridad (espero que no con soberbia) le dije a la maestra: “Yo soy rico, a mi deme la botella completa. Cuando venga mi papá a la salida por mí, él le paga”. Al parecer así lo hicieron y a la salida de ese día le contaron a mi papá lo ocurrido y le cobraron el refresco completo. Recuerdo que todos reíamos cada vez que alguien repetía la anécdota, me temo que la causa de la risa no era haber tomado un refresco completo sino la pretensión de ser rico.

Recuerdo que las maestras nos llevaban a diferentes lugares cercanos, por ejemplo, nos llevaron a una casa en donde había vacas para que las conociéramos y viéramos cómo se producía la leche. Esa casa era de la familia Carreño, todavía existe y está en frente de lo que actualmente es la entrada de la escuela Primaria Francisco J. Mujica. Allí sigue viviendo quien fuera mi compañera en el kínder y que en mi familia todo el tiempo la llamábamos “cachito”.

Para ir a esa casa y otros lugares como el Zócalo a donde también nos llevaban, para ver entre otras cosas a las ardillas, teníamos que pasar en frente de la Farmacia, lo cual me daba mucha alegría pues saludaba desde la calle a mi mamá. Sin embargo, la “excursión” que más disfrutaba era cuando íbamos justamente a mi “casa”, a la Farmacia, pues en ese terreno había una gran huerta llena de arboles y con muchos animales. Dada su importancia en mi vida, en una entrega posterior platicaré sobre la huerta o como le llamábamos en la familia, la “casa de Morelos”.

En el Jardín de Niños también inició mi vida artística pues aquí personalicé a muchos personajes (músico, torero, pierrot, etc.) y lo mejor de todo es que fui el chambelán de las reinas del kínder. No estoy seguro cual era la ocasión pero muy probablemente era la reina de la primavera. Parafraseando a un amigo, tres años, tres reinas. Algunos de mis amigos siempre decían que la única razón por la que fui chambelán los tres años era porque mi papá pagaba para ello. ¡Nunca faltan los envidiosos! Nunca confirmé esto pero lo que sí es cierto es que mi tío Ángel (hermano de mi papá) fue un excelente sastre y desde esa época y hasta su muerte siempre me hizo lucir muy bien vestido, sí, a pesar de la mala percha. En las fotos se pueden apreciar los trajes que me hizo.

De esta época solo identifico y ocasionalmente saludo a “cachito”, quien a pesar de nuestra poca cercanía recientemente me sorprendió con un comentario que me hizo al cruzarnos en la calle. Hará uno o dos años, iba yo caminando cabizbajo y lentamente pues en ese periodo estaba llevando un tratamiento que me causó una fuerte anemia y periodos de profunda tristeza. “Cachito” al verme de frente, cuando nos cruzamos se detuvo unos instantes sólo para decirme “chuchín, arriba esa cabeza, tú no puedes ir con la cabeza abajo, arriba.” Su comentario me sacudió. A ella, la vida le ha puesto situaciones difíciles y no todo el tiempo está lúcida. Ah, la vida, algunas veces pone en tu camino a la persona menos esperada para sacudirte y ayudarte a seguir adelante. Desde ese día trato de caminar siempre erguido, independientemente del estado de ánimo.

En una nota más alegre, también hace uno o dos años, me invitó uno de mis grandes amigos, Matías, al bautizo de uno de sus nietos. Otros grandes amigos, Maricruz y Edmundo, nos sentamos en una mesa y al poco rato llegó y se sentó en la misma mesa una señora que tan pronto la vi, le pregunté: ¿tú eres Lydia, no? Afectivamente era ella, ni más ni menos una de las tres reinas del kínder y quien además resultó ser prima de la esposa de Matías y mamá de la madrina del bautizado. Otra de las reinas fue esposa de uno de mis primos. A la tercera reina le perdí la pista.

Nos leemos en la próxima entrega…

 

Época / año: Jardín de niños / 1959-1962
Nombres: [Gerardo, Lalo, Lalito +] Farmacéutico, chuchín y chuchito
Academia: Kínder

Dr. Puck
Octubre 19, 2016

4 comentarios en “Farmacéutico, chambelán y artista

  1. me adelanto, a la primaria o secundaria, te acuerdas de la estatua que estaba en la fuente del jardín en donde convergen morelos e independencia, que era un niño orinando

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