Lagunero seismesino de toda la vida

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Recientemente se anunció el trigésimo año de operación comercial de la Unidad 1 de la Central Laguna Verde (CLV). Leer la noticia me causó alegría e hizo repasar parte de mi vida académica y profesional, pues ambas han estado ligadas a esa planta.

La CLV es la única planta nucleoeléctrica en México y todos (que somos muchos) los que hemos estado involucrados con su construcción, pruebas preoperacionales y operación comercial, en diferentes niveles de responsabilidad, hemos tenido una oportunidad profesional única. Algunas fechas importantes de la planta:

  • Inicio de construcción – octubre de 1976
  • Primera criticidad (en el reactor nuclear ya ocurre una reacción nuclear de manera autosostenida) – noviembre de 1988
  • Primera sincronización a la red (la planta está produciendo electricidad y la está entregando a la red eléctrica) – abril de 1989
  • Inicio de operación comercial (la planta produce electricidad de manera continua) – julio de 1990.

Así que antes de que se me olvide más, deseo compartir algunas anécdotas empezando con mi primer contacto con la CLV.

Al final de la Licenciatura en Ingeniería en Energía, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) ofrecía una mini especialización que incluía, entre otras, energía nuclear. Recuerdo que el Dr. Morris compartía con nosotros que ya estaba en marcha el plan nuclear mexicano que contemplaba, ni más, ni menos, la construcción de quince reactores; “es un pastel gigantesco, que no nos lo vamos a poder acabar”, nos decía. Crédulo como era en esa época, elegí energía nuclear. Como muchos planes en este país, el plan no se implementó en su totalidad; solo se construyó una central con dos reactores nucleares, lo que es actualmente la CLV.

Una de las preocupaciones que tenía al terminar la licenciatura por allá en el lejano mil novecientos setenta y ocho (mis amigos de la primera generación en una reunión reciente me aclararon que debimos haber terminado en septiembre u octubre de ese año), era conseguir trabajo lo más pronto posible. Quería dejar de ser una carga económica para mis papás; la realidad es que mientras mis padres vivieron nunca dejaron de apoyarme, así fuera con algo mínimo. Los ejemplos son muchos. Recuerdo, ahora con una sonrisa y nostalgia, solo por mencionar uno, como invariablemente, cada vez que me despedía de ellos para regresar al lugar de residencia de ese momento, me preguntaban: ¿no necesitas dinero para el camino? Siempre me daban una cantidad modesta de dinero, ¡ay mis viejos!

Uno de los primeros días de enero de mil novecientos setenta y nueve llegué a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en la ciudad de México, en donde se solicitaba ser contratado para el Proyecto Nucleoeléctrico Laguna Verde (PNLV). Así conocí y me entrevistó el Ing. Fournier (no recuerdo su primer nombre y posiblemente su apellido no esté correctamente escrito). Llegamos al punto de decir lo que había estudiado; “Ingeniero en energía” dije muy orgulloso, para agregar inmediatamente “con área de concentración en energía nuclear”. La respuesta del Ing. Fournier no pudo ser más entusiasta e inesperada: A usted lo necesitamos en Laguna Verde, ya está contratado, le voy a dar una tarjeta para que se presente con el Jefe de Personal y comience de inmediato. ¡Recórcholis! No lo podía creer. El remate, antes de terminar de redactar la nota en una tarjeta tamaño media carta, fue la pregunta: ¿ingeniero, le gustaría un trabajo de campo o de gabinete? La respuesta fue inmediata: de gabinete. Al salir tenía una tarjeta media carta que instruía al jefe de personal que se contratara de inmediato al ingeniero portador de la misma para realizar trabajo de gabinete.

De inmediato tomé camino hacia el puerto de Veracruz en un viejo conocido, un ADO. Llegué una mañana a Veracruz y comencé a preguntar cómo llegar al PNLV. Finalmente me enteré de que la manera más práctica era haciéndolo en uno de los autobuses de la propia CFE que salía del puerto al PNLV, estamos hablando de unos setenta kilómetros hacia el norte. Esa misma mañana, en la salida norte de Veracruz, estuve tratando de conseguir transporte o aventón, pero sin suerte. Al siguiente día, muy temprano, seis de la mañana, me presenté en el lugar de salida de los autobuses. Sin embargo, no me dejaban subir porque no era empleado de la CFE y los asientos en cada autobús ya estaban asignados. Afortunadamente un chofer me permitió subirme, con la advertencia de que si presentaba el “dueño” del asiento tenía que pararme y si fuera necesario tenía que irme parado, si quería.

Finalmente llegué al departamento de personal y efectivamente todo fluyó como lo indicaba la tarjeta, claro, hasta que llegamos a la entrega de documentos y me pidieron mi erre-efe-ce, ¿mi qué? No haré la historia más larga, pero tuve que regresar a la ciudad de México para obtener el famoso RFC.

Empezaba mi vida profesional. Para llegar al sitio en que se estaba construyendo la actual CLV, teníamos que estar puntualmente a las seis de la madrugada en el lugar de partida de los autobuses (mi estatus había cambiado, tenía un autobús asignado y me autoasigné uno de los lugares que no tenía dueño), hacíamos un recorrido de un poco más de una hora y media, llegábamos a desayunar al exclusivo comedor “las moscas” (adivinaron, eran tantas las moscas que en un pequeño descuido se posaban sobre los alimentos; varios años después, mi estatus cambió y pude acceder a otros comedores más decentes). Cumplíamos nuestra jornada laboral y de regreso al puerto en autobús para llegar entre cinco y seis de la tarde.

Afortunadamente allí me encontré con tres amigos de la primera generación de ingenieros en energía de la UAM: Adela, Rafael y Ruperto, quienes habían sido contratados semanas antes. Nos pusimos de acuerdo y vivimos juntos en la casa de una señora que nos daba hospedaje y alimentos, estar con amigos me ayudó a sobrellevar esta nueva vida. Recuerdo que después de comer y bañarnos, alguien preguntaba: ¿a dónde vamos?; la respuesta frecuentemente era, “a dormir”.

Las novatadas durante los primeros días de trabajo eran el pan de cada día. Recuerdo que en mi primer día me presenté con mi jefe, el ingeniero Ramón, quién me mandó con el Ing. Azamar. Ante mi insistencia de que había solicitado un trabajo de gabinete y que por lo tanto requería un lugar de trabajo, me dijo: “pregúntale al dibujante a ver si te da chance de que uses su banco (del restirador que usaban dibujantes y arquitectos) cuando no lo use”, la respuesta del dibujante: no. Terminamos siendo buenos amigos del dibujante.

Mi primera asignación importante fue ir a sacar copias de unos documentos, ya en camino hacia la copiadora, el Ing. Azamar gritó desde su oficina: ¡y no pierdas los originales! Mi gran amigo Ruperto escuchó todo y se moría de la risa; muchas veces con amigos mutuos recordaba la anécdota: “pinche chaparro, su primera chamba en Laguna Verde fue sacar copias y cuando iba en camino, su jefe le gritó, ¡y no pierdas los originales!”

Otro día se me indicó ir al almacén a solicitar mi equipo de protección. Salí del almacén con mi flamante casco azul (creo que sí era este color), y a partir de ese momento, durante los siguientes dos o tres días, era común que fuera caminando y alguien me gritara o chiflara y dijera: chalan, ven. Resulta que el color del casco azul indicaba ser peón; así que regresé al almacén a pedir cambio del color del casco. ¿Pues qué es usted?, me preguntó sorprendido el almacenista, ingeniero de campo, respondí, le dieron mal el color del casco, dijo mientras me dio otro casco, ahora de color café.

En esa época se estaba construyendo lo que se conoce como la contención primaria, un edificio característico de las plantas nucleares, que es cilíndrico en la base y un cono truncado en la parte superior. Mide unos treinta o cuarenta metros de altura, sus muros son de aproximadamente 1.5 m y el diámetro de las varillas es de aproximadamente 6 cm. Otra de las bromas que hacían los albañiles cuando veían que iban a pasar personas por los andamios puestos para ir armando la estructura, era caminar más aprisa o moverse de tal manera que el andamio se comenzara a mecer. Aunque en esa época no tenía fobia a las alturas, no era precisamente una experiencia agradable.

Muchas experiencias: la llegada de la vasija (el recipiente que aloja lo que es propiamente el reactor nuclear), su colocación dentro de la contención primaria, el Carnaval jarocho, comer muy bien y rico cuando el papá de Adela la iba a visitar, las inundaciones cuando llovía y tenías que salir o te dejaba el camión, los nortes, conocer playas muy poco visitadas, realizar y documentar cambios de diseño menores requeridos por la situación real en el sitio de construcción. ¡Qué recuerdos! a pesar de que solo trabajé allí seis meses.

Por supuesto lo mejor de todo es haber conocido a personas que ahora son amigos de vida. León, Miguel (que apenas hace unos días me envió un mensaje solo para preguntar: ¿cómo estás?) y Adela, Rafael y mi gran amigo Ruperto quien nos dejó prematuramente y su esposa fue la que me pasó la foto antigua que acompaña este relato.

Siempre he estado ligado a la CLV desde el organismo regulador mexicano, haciendo estudios y análisis desde centros de desarrollo tecnológico, y proveyendo servicios de diversa índole (como lo estoy haciendo en estos días en quizá lo que se puede considerar mi área de mayor experiencia, la seguridad nuclear). Pero esas son otras anécdotas que alguna vez compartiré.

Dr. Puck
20 de septiembre de 2020.

Época / año: PNLV / 1979
Nombres: [Gerardo, ingeniero, chalán]

 

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