Treinta y cinco horas

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Después de varios intentos previos y un embarazo, otro más, de alto riesgo, llegó el día. Tu mamá y yo nos dirigimos a la pequeña clínica para esperar tu nacimiento. Llegamos y pronto hicieron los preparativos para recibirte mediante cesárea.

Venciendo todos mis temores y con cámara en mano estuve allí en el quirófano. La gran alegría de escuchar tu primer llanto fue breve, muy breve. Luego el doctor me pidió que saliera del quirófano. Tus pulmones, me explicaron, no eran suficientemente maduros pues naciste prematuramente. Así luchaste por tu propia vida pero nunca más volviste a llorar. Nunca te pude cargar, nunca te abracé, nunca te besé, solo pude rozar a través de un no sé qué las pequeñas plantas de tus pies. En silencio traté a gritos de comunicarme contigo, de animarte, pero tú estabas, concentrado, respirando con mucha dificultad.

En un intento desesperado y gracias a la intervención de Lidia, te trasladamos a la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica del IMSS pero no se pudo hacer mucho más, el cinco de julio de mil novecientos ochenta y nueve a las 2:50 horas terminó tu sufrimiento. Al siguiente día te devolví a la tierra en Jardines de la Paz, allá en Cuernavaca. Ese día enterré, allí, también parte de mi vida.

Esos días y los siguientes fueron muy difíciles, y desde entonces los aniversarios, muchos de ellos, son difíciles, afortunadamente la vida me ha acercado personas amorosas que han hecho más llevadero mi breve transitar. Manuel (uno de mis grandes amigos de toda la vida), estuvo pendiente en todo momento. Por ejemplo, cuando supo que pronto vendría una ambulancia para trasladar al bebé al IMSS, salió corriendo para comprarme unas tortas pues sabía que no había comido. Recuerdo cómo en la soledad de una fría sala de espera, horas después, me comí parte de una torta. El día del entierro, apareció con una cruz de madera hecha por él mismo y al entregármela me dijo: hice esto. Solo recuerdo haberle dicho “gracias”. A los pocos días se apareció en el pequeño departamento en que entonces habitaba y me preguntó: ¿Qué te parece si todas las cosas que tienes para el bebé, te las guardo en mi casa? ¡Ay Manolín cuánto te debo!

Lidia es otro caso de cómo la vida ha puesto en mi camino a personas en el momento en que más las he necesitado. Ella era sobrina de mi abuelo paterno y a quién no conocía; justo esos días había llamado a Oaxaca para saludar a mi papá, quien le comentó la situación que yo estaba pasando. Entiendo que le comentó a mi papá: Dile que me hable, lo cual hice. Resultó que ella era la jefa de enfermeras de la clínica del IMSS en Cuernavaca, lo cual facilitó muchísimo para que una ambulancia fuera por mi bebé e ingresara a la UCI. A partir de ese momento me acompañó, incluso para hacer los trámites en el panteón y poder realizar la inhumación.

Gerardo es un amigo que trabajaba en el entonces Instituto de Investigaciones Eléctricas junto con Manuel y yo. Cuando Manuel supo que mi bebé había fallecido, le comentó a Gerardo pues sabía que era novia de la oficial del Registro Civil en Cuernavaca. Así que Ana nos recibió personalmente a Manuel y a mí, la elaboración del Acta de Defunción fue muy rápida. La edad, dice el acta, treinta y cinco horas, y la causa de la muerte: Prematurez, síndrome de dificultad respiratoria, choque mixto.

Mis papás y hermanos fueron a Cuernavaca a acompañarme. Recuerdo vívidamente las palabras de mi madre al verme: Pensé que no podría soportar venir a verte. “Que bueno que viniste”, le contesté y lloré en su hombro. Con el tiempo entendí que para ella se estaba repitiendo la historia de haber perdido años antes a mi hermana, en condiciones muy similares. Su dolor debió haber sido muy grande.

Mi amigo Ruperto no pudo acompañarme durante el entierro pero al siguiente día, al salir de trabajar llegó al departamento sin previo aviso. Mi esposa le abrió y escuché como la abrazó, luego preguntó: ¿cómo está el chaparrón?, mi esposa solo lo llevó a la recamara y allí me abrazó con sus fuertes brazos. Por varios minutos no hablamos, solo me dejó llorar.

A mi esposa le sugirieron por la muy reciente cirugía no ir al panteón así que no pudo estar y afortunadamente los abuelos maternos de Oswaldo, mi hijo, pudieron acompañarnos y estar con él. Por mucho tiempo lamenté no haber considerado que las cosas pudieran salir mal y tener previsto un hospital con mayores facilidades que las que tenía la pequeña clínica pero… creo que nada hubiera cambiado la historia. También lamenté mucho no haber podido apoyar de una mejor manera a Oswaldo en su proceso de duelo pero… creo que ni siquiera el mío lo pude realizar adecuadamente, no estuve preparado.

Mis grandes amigos de Oaxaca no pudieron estar conmigo, pero sus muestras de amor y solidaridad fueron muchas. Cuando uno decide estar fuera de casa, las grandes alegrías y grandes penas muchas veces se viven solas, alejados de la familia y los amigos. Ese es uno de los costos que hay que pagar.

Estas notas que he estado escribiendo inician diciendo “… antes de que se me olvide más.” La verdad es que hay eventos que por más que pase el tiempo no se olvidan. A pesar de eso la vida continua… El lunes pasado, tres de julio de dos mil diecisiete, al terminar mi sesión de lectura en el CADI 6 varios de los niños me abrazaron a manera de despedida porque fue la última sesión del ciclo escolar; que lejos están de saber que sus sonrisas y abrazos son un gran bálsamo para el alma de este viejo. Gracias vida.

Época / año: 1989
Nombres: [Geraldo, Doctor, Doc, Willy ,Negro Santo, Gerardo, Lalo, Lalito, Farmacéutico, chuchín y chuchito]

Dr. Puck
Febrero 5, 2017.

4 comentarios en “Treinta y cinco horas

  1. Gracias Gerardo por compartir algo tan íntimo. Te mando un abrazo. Y te daré otro cuando te vea. Que el amado Universo te muestre tu fortaleza

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