La huerta de Morelos

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Los relatos anteriores dejan vislumbrar que mi vida en Oaxaca ha transcurrido, entre dos casas: la de Matamoros y la huerta de Morelos. Brevemente comenté sobre la casa de Matamoros en el relato sobre mis Raíces paternas, en la cual vivimos hasta que yo tuve catorce años. Allí solo íbamos a dormir, lo cual nos permitía convivir con mis abuelos paternos todos los días, y sin duda también tuvo un papel importante en mi vida.

Sin embargo, por ahora quiero platicar un poco más sobre la huerta de Morelos. Ya en el relato Pelando mandarinas, platiqué principalmente sobre la huerta propiamente, las plantas y animales que allí hubo. Así que voy a complementar ese relato recordando un poco sobre las personas que allí vivían y quizá se requiera otro u otros relatos más, ya que esta casa ha estado presente desde mi nacimiento hasta la actualidad.

La huerta de Morelos, como yo la conocí (pues ha sufrido cambios a lo largo de los años) estuvo ubicada en un predio grande a las afueras de la ciudad. Mi abuela Rebeca, deduzco de las conversaciones que llegué a escuchar y de lo que recuerdo, fue la propietaria desde mucho antes que yo naciera (ahora no tengo a la mano las escrituras que aún conservo). Recuerdo que la escritura para delimitar la propiedad da referencias como la siguiente: “en el sur la propiedad colinda con una barda de piedra y los espinales que allí se encuentran.” Esto da una idea de la época, evidentemente estamos hablando de la prehistoria donde no se usaban las coordenadas geo-referenciadas como se usan actualmente y las disputas por las propiedades eran menos frecuentes.

Mi abuela destinó este predio hasta poco antes de que nosotros llegáramos allí en el año de mil novecientos cincuenta y siete, como un paraje para que los arrieros pudieran descansar, ellos y sus bestias de carga. Dado que en esa época el predio estaba en las afueras de la ciudad, tenía una ubicación privilegiada para ese propósito, pues los arrieros y las bestias podían descansar, comer, descargar y hacer la entrega de la carga ya en la dirección requerida. A mí me parece que la abuela, por este y otros ejemplos, fue una mujer emprendedora extraordinaria en una sociedad aún más machista que la actual.

Eso explica la distribución que tuvo. Una zaguán grande que era la entrada principal sobre la calle de Morelos, en la periferia unos quince o veinte cuartos pequeños y en medio dos pequeños cuartos que era la oficina de mi abuela, la cual solo ocupaba los domingos (el resto de la semana la pasaba en la casa de Matamoros). Por alguna razón que desconozco el paraje dejó de funcionar y entonces mi abuela rentó esos pequeños cuartos en la cual vivieron personas que tenían diferentes ocupaciones, lamentablemente no me acuerdo de todas ellas. Sin embargo, algunas de las personas que conocí son:

  • Don Agustín y su esposa – Ellos vivían hasta el fondo, en el lado sur. Don Agustín hacía sombreros de lana, recuerdo que frecuentemente iba yo a visitarlo y veía como hacía todo el proceso desde cardar la lana hasta darle forma al sombrero sobre un molde. Don Agustín era muy serio y platicábamos poco, eso sí cuando algún traje o disfraz para algún festival de la escuela requería de un sombrero, quien mejor que él para hacerlo.
  • Camilo – Camilo vivía solo y era policía municipal (cuyo cuartel estaba enfrente de la huerta de Morelos), además tocaba la corneta y pertenecía a la banda de guerra de la policía. En una ocasión había habido un riña y mi papá supo; así que tan pronto vio a Camilo mi papá le preguntó: Oye Camilo supe que hubo una pelea, ¿por qué no interviniste? La respuesta de Camilo fue: (sacando su credencial), no Don Jesús, vea usted lo que dice mí credencial, soy guardián del orden, no del desorden; yo me di la vuelta hacía el otro lado, de tonto me voy a exponer. Desde entonces era frecuente que mis papás bromearan con él sobre esto: Allí viene el guardián del orden.
  • Armando, Nato y Bernardo – Cada uno de ellos vivían separadamente y tenían en común que eran ya jóvenes que trabajaban y tenían una edad similar a la de mi papá, un poco más jóvenes quizá. Solo recuerdo que Bernardo era carpintero.

Mi papá jugaba frecuentemente basquetbol con ellos tres. Un día nos llevamos un buen susto cuando íbamos los cinco en el auto de mi papá en busca del trébol de cuatro hojas, donde supuestamente encontraríamos una fortuna. Allí íbamos, solo nuestro auto, en la carretera hacía Ocotlán cuando de repente mi papá perdió el control en una curva, dio una o dos vueltas y quedamos viendo en la dirección opuesta, hacía Oaxaca. Pasado el susto, mi papá preguntó: ¿seguimos? La respuesta de los tres fue: No Don Chucho, vámonos a Oaxaca. Todos concluyeron que había sido una señal para que no llegáramos al lugar del trébol de cuatro hojas. Allí acabó nuestra posibilidad de volvernos ricos.

  • Doña Lina y su hija Teresa– No fue de los vecinos “originales” que ya estaban cuando nosotros llegamos, ellas llegaron algunos años después. Lina era maestra y supongo que estaba asignada fuera de la ciudad pues solo llegaba los fines de semana o en ocasiones llegaba tarde.
  • Mamá de nato y sus tres hijos – Ellos ocupaban tres pequeños cuartos contiguos en el lado sur, en la esquina opuesta de Don Agustín. Ella y su hija eras costureras. Esos cuartos tenían puerta hacía la actual calle de Fray Aparicio, es decir, en el lado poniente de la huerta.
  • Doña Rosa y Don Agustín – Ellos vivían en el lado poniente de la huerta. Eran pareja y Doña Rosa era mamá de Bernardo. Don Agustín era albañil y siempre me saludaba silbando. Doña Rosa vendía huevos y hacía un rompope exquisito. Muchas, muchísimas, veces iba yo a verla para que me regalara rompope, el cual me lo tomaba en su cuarto y luego me iba. Muy frecuentemente cuando iba a pagarle a mi abuela Rebeca, además llevaba una botella de rompope. Desde entonces, siempre que tomo rompope, invariablemente recuerdo esos momentos, nunca he tomado uno tan sabroso; lo más cercano ha sido el rompope que hacen (o hacían) unas monjas en Cuernavaca y a donde en ocasiones iba a desayunar los fines de semana.
  • Doña Josefina y Don Porfirio – Eran matrimonio y Don Porfirio era de Cuicatlán y se dedicaba a vender mangos. Ocasionalmente nos regalaba mangos y jugábamos dominó casi todas las tardes en la farmacia. Cuando ya había acabado de hacer sus tareas, llegaba a la farmacia y si veía que no estaba yo ocupado me hacia una seña con sus manos simulando los movimientos que se hacen cuando se hace la sopa (mezcla) de dominó. Cuando estaba mi papá jugábamos los tres y posteriormente, aunque menos frecuente, algunas veces se unía mi hermano Jesús. Pronto platicaré sobre los muchos juegos que mi papá y otras personas me enseñaron.
  • Señora anónima y sus dos hijos – Ellos vivían en la esquina de Morelos y Fray Aparicio y tenían una cantina. Ella y sus hijos tenían fama de ser malas personas y quizá fueron los únicos vecinos que se les pidió salir.
  • Doña Guadalupe – Ella vivía al lado de la cantina pero ya sobre la calle de Morelos (lado norte de la huerta). Doña Guadalupe era hermana de Doña Josefina y curandera, atendía partos y espantaba cigüeñas. Con ella, tenía poco trato aunque venía muy seguido a la farmacia por su actividad.
  • Doña María, uno de sus hijo y su nieto –Ocupaban dos cuartos también sobre la calle de Morelos, eran del Istmo y ella vendía pescado. La saludaba prácticamente diario porque con el paso del tiempo, enfrente de donde ellos vivían mi papá había hecho un pequeño garaje para nuestro auto. Quizá fue de las personas que más tiempo duró y se fue con una avanzada edad ya estando ciega. Recuerdo claramente cómo le decía a mi papá: “Don Jesús no me quiero ir de aquí.” Mi padre trataba de convencerla que era por su bien, a mí me resultaba triste verla tratando de hacer sus cosas a tientas: lavar, prender el carbón en su anafre.
  • Don Manuel, su esposa, su hija Soledad y su sobrino José – Don Manuel fue el último hortelano que mi abuela tuvo, él se encargaba de muchas tareas propias de la huerta. No recuerdo con precisión cuando se mudaron.

En esta huerta viví mis primeros dieciocho años, casi en su estado original pues ya en los años setentas comenzaron a haber transformaciones importantes que relataré en otra entrega. En esta huerta aprendí a hacer todas las tareas y cuidados que requiere, tales como: sembrar, regar, abonar, injertar, trasplantar, podar, deshierbar, cosechar; aprendí a cuidar animales de granja (gallinas, gansos, pájaros, pericos) y cerdos (créanme que lavar un chiquero no es muy agradable). Aquí conocí los oficios que mencioné arriba y me sirvió, con el paso de los años, a comprender y respetar el trabajo de las personas. Aquí jugué y me divertí a mis anchas, los únicos lugares que merecían respeto eran los pozos de agua que había, la covacha en donde podía haber alacranes, arañas y otros bichos, y el área donde había una buena cantidad de bambú.

En la huerta siempre hubo perros, no se les trababa mal pero no eran tampoco considerados mascotas. Eran perros de guardia. Aprendí a quererlos y respetarlos, con alegría recuerdo a todos ellos, desde el último que se puede considerar fue de la casa, el Sinco –todos creían que era Cinco pero en realidad le decíamos “sinco” un apocope de “sin cola” porque nació sin cola-, Bombero (porque de cachorro se orinaba cada rato), Pulgas, Terror, Cripto y un largo etcétera; todos fueron grandes, fuertes y bravos. Recuerdo que un día que estaban jugando los policías en la cancha que había en su cuartel, se le hizo muy fácil a uno de ellos brincarse la barda porque su balón había caído dentro de la huerta. No le fue muy bien cuando, creo que Terror, lo tumbó y lo comenzó a morder. Mi papá tuvo que irlo a rescatar. También recuerdo como regresando de festejar uno de mis cumpleaños, me puse a jugar con Bombero y en un descuido me empujó y me rompí la muñeca derecha al caer, más sobre esto en una próxima entrega.

La perrera que se construyó para ellos quedaba de paso para llegar a la farmacia por atrás, así que siempre pasábamos junto a ellos. Aun cuando en los últimos años ya había alimento para perros (croquetas) mi madre nunca quiso darle ese tipo de alimento, así que los perros comían piezas de pollo cocinadas por mi mamá; todos los días preparaba caldo de pollo para los perros, como si fuera comida para la familia. Algo que mis sobrinos recuerdan es que cuando mi madre todavía vivía y ellos regresaban de la escuela y no les gustaba lo que se había preparado, le decían: “abuelita, dame del pollo del perro.”

Aquí aprendí de primera mano de la abuela Rebeca cómo tratar y respetar a las personas; su forma de hacer negocios, muchas de esas lecciones también las siguió mi padre, y mi hermano Jesús y yo seguimos tratando de emularlos.

Por todas las tareas que hay que hacer en una huerta siempre hubo hortelano (Don Manuel el último como mencioné arriba) y luego pasaron varios jóvenes que venían de sus comunidades a estudiar a Oaxaca y para ayudarse trabajaban en la huerta; mis papás les daban un cuarto donde quedarse, algo de comer y la oportunidad de ir a la escuela en la tarde. Aun dentro de la estrechez del salario y la comida que recibían, prácticamente todos terminaron una licenciatura, de esta huerta salieron un médico (que se especializó y a actualmente tiene una clínica), abogados y contadores. Muchas ocasiones mi padre les ayuda explicándoles algo y mi madre los apuraba para que comieran y se fueran a la escuela. Todos ellos siempre le demostraron gran cariño a mis padres, particularmente a mi madre. Lloraron su partida tanto o más que nosotros.

Hay tanto que contar… La huerta siempre fue muy generosa con toda la familia, siempre había algo que comer. Aprendí de ella y me divertí, también pasé algunos malos momentos pero es parte de la vida; sin duda una de las grandes añoranzas estando fuera de Oaxaca era esta huerta. No es de extrañar que siempre invitara a mis amigos a que vinieran a Oaxaca y la conocieran.

Época / año: Toda mi vida
Nombres: [El nieto de doña Rebequita, Negro Santo, Gerardo, Lalo, Lalito, Farmacéutico, chuchín y chuchito]

 

Dr. Puck
enero 29, 2017

5 comentarios en “La huerta de Morelos

    1. Sí.
      Mucho y no necesariamente para bien. Solo en esta zona el río Jalatlaco no estaba entubado (actualmente Calzada de la República), el barrio de Trinidad de las Huertas, se llama así porque allí hubo muchas huertas, Candiani eran terrenos de siembra y había ganado, en las Canteras allí había una laguna…

  1. Mi bombas ❤️ yo sí recuerdo ese día le intentaste lanzar una pelota a bombero y todos dijimos que no lo hicieras y bombero se fue contra ti ! Y te tiro, Te pusieron una férula con mi regla de la escuela jajaja

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