Pelando mandarinas

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Conocí la huerta de Morelos poco después de haber nacido, es decir, por allá de 1957 o en un descuido antes. La huerta fue un predio de mi abuela materna, Doña Rebeca (Rebequita o la Güera), que se ubicaba en esa época en las afueras de la ciudad de Oaxaca a unas 10 cuadras hacia el oriente del zócalo de la ciudad de Oaxaca. Era tan lejos del centro que para llegar al panteón ya sólo había que seguir caminando sobre Morelos una cuadra larga más, cruzar el puente del río Jalatlaco y tomar hacia la izquierda la diagonal que lleva a la entrada principal del panteón en cuya parte superior se lee su sabio mensaje “Postraos: aquí la eternidad empieza y es polvo aquí, la mundanal grandeza”. Algunos años después ya nos acompañó el cuartel de policía y bomberos (que después sería ocupado por el actual mercado de La Merced) y el rastro (que después sería la actual escuela primaria Francisco J. Mujica).

La huerta fue grande y adentro se encontraba una muestra de múltiples colores, formas, texturas y aromas provenientes de árboles frutales, legumbres y diversos animales de granja. Lo mismo convivían las mandarinas, las naranjas, los limones, los duraznos, las ciruelas, los aguacates, los zapotes, los cuajilotes, las toronjas, los cafetales, las guanábanas, los huajes, los mangos, las limas, las lima-limones, las moras, los nanches rojos, la yerba santa, los chilares, las papayas, las nueces, el bambú, los chayotes, las uvas, las guayabas, los plátanos, las lechugas, los rábanos, las gallinas, los perros, los gansos, los pericos, los cerdos y los que se me olvidan. Para disfrutar alguno de estos manjares, lo único que había que hacer era ir al árbol a recoger o cortar la fruta, pelarla y saborearla. A veces por orden de Don Jesús o Doña Beatriz o por iniciativa propia, lo usual era agarrar una lata vacía (de esas en las que venía el alcohol que se vendía a granel en la farmacia o posteriormente un bote de pintura de 19 litros) y llenarla del fruto elegido para darse un banquete. No podía faltar la sal de gusano de maguey y un mezcalito si se trataba de una mandarina o una toronja, por ejemplo. Ya ni se diga si se trataba de ciruelas en vinagre. Claro el mezcal cuando la edad lo permitió y la venia correspondiente. ¡Qué regalo me dio la vida durante poco más de 50 años!

En esa huerta crecí y aprendí a sembrar, trasplantar, hacer injertos, hacer cajetes, regar, podar, cosechar, en resumen, a amar y respetar la naturaleza. Hice de todo pero debo reconocer que mis padres nunca me exigieron hacer algo que rebasara mis limitaciones físicas, ser ñengo no siempre es una desventaja. “Para saber mandar, hay que saber hacer” me decían cuando me pedían que hiciera algo y mi respuesta era: que lo haga el mozo. “Corta sólo los maduros” me decían cuando veían que en lugar de cortar con la mano o la canasta de carrizo, sacudía el árbol, “¿Qué te hizo?” me preguntaban mamá o papá, cuando veían que sin razón cortaba o arrancaba una hoja o una rama. Tampoco era la mejor idea agarrarme a limonazos o mandarinazos con algunos de mis amigos.

Algunos amigos se admiraban que yo supiera hacer estas labores y yo me sorprendía que algunos de mis amigos, cuando venían a la huerta, se admiraran al ver por primera vez cierta fruta. Varios años después cuando tuve la oportunidad de coordinar, entre otro personal, a los jardineros del Instituto de Investigaciones Eléctricas se admiraban que yo supiera lo que tenían que hacer. No sabían que mi abuela y posteriormente mis padres me habían empezado a preparar mucho antes. Sigo creyendo que todo lo que uno aprende, sirve; y muchas veces en el lugar y momento menos esperado.

Gracias hermano por regalarme un bote con mandarinas, me has hecho revivir muy gratos recuerdos de mi vida en la huerta, de la abuela, nuestros papás y por supuesto contigo y nuestro otro hermano. Hoy los viejos ya no están y de la huerta queda muy poco; bien dicen que si todas las cosas bellas duraran toda la vida no se tendría aprecio por ellas y es triste pero es muy cierto. Pero hoy estoy agradecido, tranquilo y feliz, pelando mandarinas…

 

Este relato permite vislumbrar la huerta de Morelos que fue central en mi vida y sobre la cual compartiré otros relatos.

Época / año: Toda mi vida
Nombres: [El nieto de doña Rebequita, Negro Santo, Gerardo, Lalo, Lalito, Farmacéutico, chuchín y chuchito]

 

2 comentarios en “Pelando mandarinas

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