Gran Oso Diplomático

Recuerdos y anécdotas, antes de que se me olvide, más…

Del diez al catorce de octubre de mil novecientos noventa y cuatro tuve la oportunidad de ser invitado como asesor científico (attaché se oye mucho más rimbombante) del Embajador en Suiza Eduardo Marín Bosch. El Embajador Marín Bosch tuvo (acabo de enterarme que en abril de este año falleció) una larga carrera en el servicio exterior mexicano. Durante la década de los 1990s fue el Embajador mexicano en la Conferencia sobre Desarme Nuclear y en 1994 presidió las negociaciones para la prohibición de pruebas nucleares. Buena parte de su carrera diplomática la dedicó al área de la prohibición de las armas nucleares, en años recientes advertía sobre el peligro de guerra entre las dos Coreas. Tuvo también otras misiones en o relacionadas con Asia, África, Europa y varios asuntos multilaterales. Vaya desde aquí un modesto reconocimiento a su labor diplomática; a diferencia de otras anécdotas, de manera excepcional, me refiero a él usando su nombre completo.

Regresando a la anécdota, la Secretaría de Relaciones Exteriores solicitó a la Secretaría de Energía y ésta a su vez al Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares que se asignara una persona como attaché para el Embajador Eduardo, pues parte de la estrategia de las negociaciones formales era lograr que los países de américa del norte (Canadá, Estados Unidos de Norteamérica y México) estuvieran de acuerdo. Se había acordado que las pláticas entre los tres embajadores fuera en uno de los sitios más emblemático en los EE. UU., en Hanford en el estado de Washington. En este sitio, como parte del Proyecto Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial se produjo el plutonio (un ingrediente clave en las armas nucleares) que se utilizó en la bomba que se dejó caer en Nagasaki, Japón, y mucho del plutonio para el arsenal nuclear de los EE. UU.

Por azares del destino, este pequeño fue comisionado, así que aquí vamos a mi única misión diplomática hasta ahora. Durante mucho tiempo y particularmente en esa época, cuando viajaba lo hacia con unos pantalones viejos de mezclilla y tenis, los pantalones tenían ya partes deshilachadas en la parte frontal a la altura de los muslos (de los musculosos muslos, aunque algunos dicen, con afán de molestar, que tengo un par de hilitos como piernas). Las sorpresas empezaron desde mi llegada al aeropuerto; allí estaba un joven apuesto con traje esperándome con el típico cartelito con mi nombre. Cuando leí mi nombre, lo primero que se me vino a la mente fue “trágame tierra” y cómo podía cambiarme, pero no hubo tiempo. Afronté con entereza la situación. Me identifiqué y mi anfitrión me acompañó a una elegante limosina, para llevarme a un elegante hotel, en cuya recepción estaba esperándome ni más ni menos que el Embajador Marín Bosch (casual pero ciertamente no con pantalones deshilachados). Bueno, los diplomáticos no solo saben vivir bien sino también cómo hacer pasar malos momentos a los que no lo somos. Siempre me quedé con la inquietud de saber lo que pensó el Embajador de mí en ese primer encuentro; dado que parte del protocolo había sido proporcionar previamente información personal y profesional, siempre quise creer que eso hubiera ayudado en algo.

Creo que el lunes, cuando nos vimos para desayunar, se sintió más tranquilo cuando ya me vio con mi trajecito. Allí me dio un panorama de lo que estaba haciendo y en qué consistía la asesoría técnica que requería, la manera adecuada de dirigirme a los otros embajadores y la comunicación entre los attachés. Las pláticas se desarrollaron de manera cordial, los técnicos no tuvimos problemas para comunicarnos pues en realidad, desde el punto de vista técnico, no se trataba de un problema complejo.

Para mí, uno de los aspectos más relevantes fue visitar las instalaciones físicas de Hanford que en esa época ya no estaban en operación, pero en la cuales todavía existía parte del equipo que se utilizó. Estar en este lugar emblemático fue algo que disfruté y queriendo o no me hizo reflexionar sobre los aspectos bélicos de la energía nuclear. También es cierto, al igual que en otras áreas, que varias de las aplicaciones que ahora disfrutamos han resultado del trabajo de investigación y desarrollo tecnológico con propósitos bélicos.

Todo fue muy bien y para cerrar la semana de pláticas el Embajador estadounidense nos halagó con una cena de gala. El lugar elegido fue una reservación india cuya etnia no recuerdo, había algunos tipis y estaba un poco retirado de los pueblos cercanos. Tres grandes mesas rectangulares, en la cual nos sentaron en una cabecera a un embajador y en la cabecera opuesta un attaché, ambos de países diferentes. Creo que a mi me tocó con el Embajador norteamericano. Todo excelente, buenas bebidas, buena botana, atención (de diplomático). Empieza la cena, primer tiempo; vamos muy bien. Vinito. Sirven ensalada, mejor no podría ir; y de repente me doy cuenta que el platillo fuerte tiene un aspecto sospechosón. Con discreción le pregunto al mesero, quien orgullosamente me informa que es salmón del río local Columbia. ¡Sorpresa! Con igual discreción le indico que por favor a mí no me sirva, si es posible que me traiga otra porción de ensalada. El mesero se retira y la próxima visita que recibo es la de la responsable de la cena (una chica del servicio diplomático norteamericano), me pregunta que por qué no quiero el platillo. Le comentó que soy alérgico; la chica se queda casi como me quedé yo cuando me recibieron en el aeropuerto con mis pantalones rotos. Me pregunta qué deseo cenar, le respondo que nada adicional, si acaso otra porción de ensalada. Me responde que eso no es aceptable, que soy parte de la representación diplomática de México y que no cenar está fuera de toda posibilidad. A regañadientes le informo que, si insiste, me puede ofrecer cualquier cosa; “qué” me pregunta. Lo primero que se me viene a la mente es pollo. La chica me pide disculpas por no haber previsto que pudiera haber alguna persona con necesidades diferentes y me comenta que en este momento sale alguien de su equipo a conseguir un platillo de pollo al lugar más cercano.

El pollo finalmente llega, el mesero junto con la chica me lo presentan y reiteran sus disculpas. Vinito, postre, unas bebidas más y termina la cena. Al siguiente día en la recepción del hotel, me despido de los embajadores y attachés: Don Eduardo Marín Bosch, me agradece el apoyo y la asesoría; y el embajador norteamericano discretamente me dice que sabe lo que me pasó en la cena y me reitera sus disculpas. Para el vuelo de regreso, no uso mis pantalones favoritos ni tenis.

Época / año: ININ / 1994
Nombres: [Geraldo, Doctor, Doc, Willy, Negro Santo, Gerardo, Lalo, Lalito, Farmacéutico, chuchín y chuchito]

Dr. Puck
12 de noviembre de 2017.

 

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