No Se Veía Un Taxi

Había llegado la noche del estreno de la obra que se presentaría en el teatro. Lucerito había adquirido con anticipación dos boletos de entrada y no estaba dispuesta a llegar tarde. Así que, llegado el momento en que tenía que salir de su casa para llegar puntualmente sin prisa, escribió rápidamente la nota para Roberto; simplemente decía “Ya me fui”. Su total malestar se resumía en tres palabras. Lucerito pegó la nota sobre el refrigerador, se despidió a toda prisa de su perro, cerró automáticamente la puerta de la calle y caminó rápidamente en dirección hacia el teatro. Miró su reloj y confirmó que tenía tiempo suficiente para llegar caminando pero de ser posible tomaría un taxi si pasaba uno.

Lucerito era una gran aficionada al teatro. Desde muy temprana edad, cuando los festivales de su escuela incluían la presentación de alguna obra, siempre llegaba puntualmente y estaba en primera fila. Siempre que tenía un tiempo disponible iba a la biblioteca de su escuela y preguntaba por libros, sobre todo relacionados con las obras dramáticas. Ya un poco más grande cuando tuvo la oportunidad de pagar un boleto de admisión comenzó a asistir a las presentaciones que ofrecía el pequeño y único teatro de su ciudad. En su familia no había actores, escritores, directores, nadie en su familia había trabajado en algo parecido. Pero ella, poco a poco leyendo de aquí y de allá y asistiendo a cuanta función podía, sabía cada vez más de teatro.
En el camino no se veía un taxi así que sin darse cuenta y a pesar de tener tiempo suficiente, comenzó a acelerar el paso y a angustiarse pensando que no llegaría a tiempo. El corazón comenzó a latir más rápido y pequeñas gotas de sudor comenzaron a aparecer en su cara y cuello. Fue en ese momento, cuando prácticamente iba corriendo con zapatos de tacón, que su malestar con Roberto nuevamente se le vino a la cabeza. Ahora repasaba en cada paso que daba, cada una de las letras de la nota, como queriendo asegurar que no le hubiera faltado alguna y remarcando mentalmente cada una varias veces, no para que fuera más legible sino queriendo subrayar su molestia.

En eso estaba cuando frente a ella apareció la marquesina iluminada del teatro, anunciando la obra y los actores que actuaban. Eso no la hizo bajar su paso, por el contrario, lo aceleró, pues pensó que tenía que llegar a la fila antes de que aparecieran otras personas y tuviera que formarse atrás de ellas. Llegó agitada, sudando y bastante adolorida de los pies. Correr con tacones no era fácil pero había logrado llegar a tiempo. No sólo llegó a tiempo, sino anticipadamente, más de lo que había previsto. Al parecer su carrera había sido más veloz de lo que había imaginado.

Ya un poco más relejada, en la fila, comenzó a secarse el sudor y asegurar que su cabello, su maquillaje y su ropa estuvieran impecables. Cuando llegaba el momento de entrar al teatro, Lucerito se aseguraba de lucir lo mejor posible, como si estuviera a punto de subir al escenario. En esos apuros estaba, cuando la persona a la entrada le pidió su boleto de entrada. Abrió su bolso, sacó los dos boletos que llevaba y los entregó. La persona a la entrada del teatro, le preguntó ¿dos personas? No, respondió, sólo una, y recordó que Roberto no había llegado a tiempo. Recibió de regreso el segundo boleto que no usaría.

Justo cuando entró al interior del teatro escuchó “está es la segunda llamada”. Excelente pensó, como felicitándose por haber llegado a muy buen tiempo y sintiendo que la carrera había valido la pena. Se dirigió a su lugar favorito, lo sabía de memoria, el D20. Los minutos restantes se le hicieron más largos de lo que en realidad fueron. De repente, el teatro quedó a oscuras, se escuchó la voz que anunciaba “está es la tercera llamada”. Lucerito respiró profundamente dos o tres veces y cerró unos instantes los ojos. Empezamos, se dijo, abrió lentamente sus ojos al tiempo que las cortinas del escenario. En medio del escenario sólo había una persona quién fue levantando lentamente su cabeza y su rostro fue iluminado por un único haz de luz. Lucerito se movió a la orilla de su butaca queriendo acercarse lo más posible a ese rostro. Mentalmente lo acarició suavemente y pensó “qué parecido” pero antes de acabar la frase llegó a una conclusión inesperada y sorprendente. ¡Era Roberto!

 

Nota del Autor: Este texto forma parte de la antología «Élitros, para hablar se hizo la voz»; Fundación Alfredo Harp Helú, Oaxaca, A. C. y Sistema para el Desarrollo Integral  de la Familia del Estado de Oaxaca, abril de 2016, páginas 46 a 49. La versión digital del libro la puedes leer y descargar aquí.

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