El pasado viernes 16 de septiembre tuve la oportunidad de cenar con mi amigo Carlos y otro amigo de él, aquí en la ciudad de Oaxaca. Él, su amigo y los papás de su amigo aprovecharon el puente para conocer la ciudad de Oaxaca.
A Carlos lo conocí (bueno no yo, sino mi ínclito amigo) cuando tuve la oportunidad de coordinar la unidad de negocios en México de una empresa transnacional cuya principal área de negocios es el entrenamiento y la capacitación en diversos sectores, incluyendo el automotriz; y a quien tenía rato de no ver. La primera parte del reencuentro fue una muy agradable conversación recordando alegrías y sufrimientos cuando estuvimos trabajando en un proyecto para una reconocida armadora de autos, en donde Carlos y otros 20, 25 jóvenes talentosos integraban un excelente equipo cuya misión era desarrollar e impartir entrenamiento al personal de las distribuidoras en todo el país de esa armadora de autos. Horas de agradable compañía y conversación, con un clima agradable, disfrutando de una luna hermosa desde una de las terrazas de uno de mis lugares preferidos a los que suelo llevar a amigos que nos visitan pues servían (me enteré el viernes que ya no) unos cócteles a base de mezcal con frutas como Kiwi. Entiendo que el mezcal de la casa estaba bueno. Les platiqué un poco sobre nuestras costumbres. Carlos me comentó que había querido venir a La Guelaguetza como les había sugerido a él y otros amigos en diciembre del año pasado pero que había preferido venir en estas fechas.
La conversación repentinamente dio un giro al hablar de El Grito y dónde lo habíamos pasado, ellos, nuestros huéspedes, y yo. Rápidamente les comenté que yo había estado en casa y que recuerdo haber ido a El Grito en no más de dos o tres veces, y que nunca he ido al de la Ciudad de México. Carlos y su amigo me comenzaron a narrar su experiencia en Oaxaca. El jueves en un tour, visitaron Monte Albán, San Martín Tilcajete y otros lugares de esa zona; el plan que habían hecho era comer tarde en el Zócalo para esperar con calma la hora de la ceremonia, platicando y tomando algunas bebidas. Alrededor de las 8:30 pm me comentaron que comenzaron a ver mucho movimiento y él y su amigo decidieron ver qué pasaba. Estaban en el Restaurante El Importador, comenzaron a caminar hacia la esquina más próxima cuando se percataron que en dirección hacia ellos venía la policía y por el otro lado venía lo que ellos llamaron «los marchistas». Regresaron rápidamente a su mesa en donde el Gerente del lugar les estaba comentando a los comensales que no se alarmaran y si querían que pasaran al interior del restaurante; sin embargo, muy rápido comenzaron a sentir los efectos del gas lacrimógeno y con ello el caos. El Gerente les comentó que mejor se retiraran (hacía el norte) pero antes «les traigo su cuenta». No hubo tiempo para hacerlo pues todos comenzaron a correr.
Me resulta encaboronante la experiencia que pasaron Carlos y sus amigos en Oaxaca por muchas razones. Viví 35 años fuera de Oaxaca y desde entonces invariablemente invito a todos mis conocidos y amigos a que conozcan la ciudad y el estado de Oaxaca; incluso cuando he tenido la oportunidad he organizado Congresos aquí y en Huatulco. No hace falta ser un genio para darse cuenta que las principales fuentes de ingresos de la economía del estado y particularmente de la ciudad de Oaxaca son las remesas de nuestros paisanos en el extranjero y el turismo. Turismo que por cierto ha cambiado de perfil notoriamente, en los últimos años es predominantemente nacional y norteamericano; hace algunos años eran europeos, mexicanos y canadienses. (No, no tengo los datos estadísticos duros). Actualmente es común ver que algunos turistas pretenden sentarse en algún restaurante del centro, pedir una cerveza y sacar de una bolsa de plástico la botana. Bueno para los que dudan que sus acciones no tienen efecto en el plazo inmediato y a largo plazo (muy difícil de revertir), allí está nuestra actual realidad. El comentario de un amigo taxista lo dice lacónicamente cuando el año pasado durante la semana de La Guelaguetza le pregunté: y que tal ¿cómo le va?, se ven muchos turistas. Si «jefe» pero no ve que muchos de ellos son de «infantería», sólo caminan y toman fotos.
Carlos me hizo varios preguntas: ¿Por qué no hacen algo?», ¿por qué dejan que pinten los edificios tan bellos que tienen?, ¿sabe la gente que la denominación de Patrimonio de la Humanidad les puede ser revocada?, etc. No le pude responder, solo pude compartir lo que muchos sabemos y muchos sufren en carne propia; los más perjudicados son las personas en situación más difícil: los meseros, los lavaplatos, las recamareras, los boleros, los vendedores de periódicos, los proveedores, todos ellos a quienes se dice defender. Por cierto, solo le bastó a Carlos unos días en Oaxaca para tener una visión de nuestra realidad, diferente a la que tienen algunos que apasionadamente toman partido sin conocer la situación que vivimos los oaxaqueños.
Este comentario no tiene la mínima pretensión de convencer a alguien sobre qué es lo correcto o cómo resolver esta situación, de hecho sólo es un ejercicio de catarsis ante la impotencia y el encaboronamiento que siento. Sé que habrá quién piensa que el culpable es el «estado represor y asesino» y otros que piensan que qué carambas espera la autoridad para poner orden y darle la orden a cientos, miles de policías federales que están comisionados en Oaxaca. La verdad es que creo que ni unos ni otros tienen autoridad moral y la realidad innegable es que vivimos en una sociedad crispada, ofendida y cada vez más dividida.
Mi encuentro con Carlos terminó en Los Portales cenando unas tortas con la alegría que siempre contagia la marimba y la algarabía de los turistas que allí estaban, varios de ellos bailando alegremente, porque así es la vida, tiene que continuar. Por cierto Carlos tuvo la decencia de regresar al siguiente día a pagar su cuenta; el reporte del Gerente a la hora que él fue, «de las siete mesas sólo usted regresó a pagar». ¿Cuándo regresará Carlos y sus amigos a Oaxaca? Tristemente creo que nunca. Ojalá me equivoque, Carlos me dio mucho gusto volverte a ver en mi casa, tú y todos son bienvenidos a Oaxaca, tierra generosa y con gente noble.
Nota: Imagen tomada hoy domingo hace unos minutos de aquí.
Hola! Soy la hermana de Carlos.
Me da gusto que documenten, narren este tipo de hechos. Sin juicios, objetivos y sin favorecer o desfavorecer a alguien, solo hechos que son la principal fuente de información de quienes no estamos ahí y queremos saber la verdad.
Tiene años que no voy a Oaxaca y no conozco la maravillosa ciudad de la que he visto documentales increíbles en televisión, espero hacerlo cuando los conflictos de los maestros disminuyan… Y espero que sea pronto!
Consuelo:
Gracias por tus comentarios. Aquí te esperamos con los brazos abiertos, todos deseamos que la tranquilidad regrese pronto.
Dr. Puck,
Estuve este fin de semana compartiendo el Seminario en torno al diplomado en cultura escrita y adolescencia. Vi a Oaxaca fascinante como siempre, aunque tuve el buen gusto de no acercarme al zócalo. Sin embargo noté que las calles no estaban concurridas como en otras ocasiones, extrañé a las mujeres tejedoras que improvisan sus puestos.
Debemos trabajar en conjunto para que «Regresemos a Oaxaca», en los dos sentidos. El que atañe a los turistas y también el que atañe al gobierno.
Espero yo regresar pronto y ojalá Carlos también.
Laura, gracias por pasar por aquí y tus comentarios.
Uno de los anhelos mayores es que pronto todos podamos volver a disfrutar de nuestra ciudad para estar en posibilidad de recibir a todos nuestros visitantes. Saludos.